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Cómo atraer inversión extranjera de calidad en un entorno global incierto

Para la República Dominicana, la clave para atraer Inversión Extranjera Directa (IED) ya no es solo la promoción, sino la construcción de una relación de confianza con el inversor.  Esto implica un compromiso que va más allá de las cifras y los discursos, ofreciendo un entorno donde la seguridad jurídica sea la norma, los proyectos de inversión sean viables y atractivos para los bancos, y los servicios de acompañamiento post-inversión funcionen como un respaldo sólido. En este panorama global lleno de incertidumbre y cambios rápidos, la estrategia debe centrarse en atraer capital que no solo impulse la economía, sino que también se alinee con el desarrollo sostenible, fortalezca las cadenas de valor y cumpla con los estándares ambientales, sociales y de gobernanza (ESG), asegurando así un crecimiento resiliente y a largo plazo.

El primer factor diferenciador es la previsibilidad regulatoria. Un marco legal claro y aplicado de forma consistente reduce la prima de riesgo y mejora el costo del capital. La Ley No. 16-95 sobre Inversión Extranjera asegura libertades esenciales (entrada, establecimiento y repatriación de utilidades), mientras que la Ley No. 126-02 sobre Comercio Electrónico, Documentos y Firma Digital otorga validez jurídica a mensajes de datos y firmas digitales, habilitando contrataciones seguras, auditorías y trazabilidad probatoria. Convertir esas normas en procesos operativos (guías, cronogramas, ventanillas únicas con plazos conocidos) es lo que transforma las reglas en confianza.

La calidad de la IED también depende de presentar proyectos listos para ejecutar. La Ley No. 47-20 sobre Alianzas Público-Privadas ofrece un instrumento eficaz cuando se estructura con rigor: estudios de prefactibilidad robustos, análisis de valor por dinero, matrices de riesgo asignadas a quien mejor puede gestionarlas y mecanismos de solución de controversias creíbles. Para los inversores, un proyecto no se evalúa por la intención, sino por su solidez. La diferencia entre una idea y una inversión real radica en la bancabilidad, que no se promete, se demuestra. Los proyectos que se cierran son aquellos que presentan una documentación completa, permisos en regla, garantías claras y un cronograma realista. Los que no lo hacen, se quedan en el camino. Al final, no se trata de improvisar, sino de tener un plan sólido que transmita confianza.

El diseño de incentivos debe migrar de la lógica de promesas generales a la lógica de resultados. Programas como la Ley No. 158-01 de Fomento al Desarrollo Turístico (CONFOTUR) y la Ley No. 392-07 sobre Competitividad e Innovación Industrial han mostrado su utilidad cuando anclan beneficios a metas medibles: empleo formal, exportaciones, innovación y sostenibilidad certificada. El inversionista serio valora esquemas en los que el beneficio fiscal se activa y mantiene sí (y solo sí) la empresa cumple hitos. Esa arquitectura, además, protege la reputación del país y evita carreras a la baja.

Lejos de ser un obstáculo, el cumplimiento ambiental es un seguro contra riesgos. La Ley No. 64-00 sobre Medio Ambiente y Recursos Naturales gana legitimidad cuando los procesos de permisos, licencias y evaluaciones de impacto son claros, digitalizados y trazables. La consistencia técnica reduce tiempos, abre acceso a financiamiento verde y fortalece el perfil del destino ante fondos institucionales. El mensaje correcto no es “menos exigencias”, sino “más previsibilidad”: criterios estables, coordinación interinstitucional y seguimiento efectivo.

El talento es el diferencial que sostiene la permanencia de la inversión. Los costos explican la entrada; la productividad explica la permanencia. La atracción de IED en manufactura avanzada, servicios globales, logística y tecnología exige currículos alineados a la demanda (idiomas, mecatrónica, electrónica, análisis de datos, ciberseguridad), formación dual y certificaciones internacionalmente reconocidas. Un pacto empresa-academia-Estado que fije metas por clúster, con evaluación periódica, reduce la curva de aprendizaje y eleva el valor agregado local.

La infraestructura física y digital define la geografía del nearshoring. Corredores viales confiables, puertos ágiles, energía firme y parques logísticos especializados reducen costos y volatilidad operativa. En paralelo, redes de fibra redundantes, centros de datos y protección efectiva de datos personales sostienen BPO, SaaS y fintech. Intervenir cuellos de botella (despacho aduanero, estabilidad del suministro eléctrico, calidad de la conectividad) convierte la plataforma país en una ventaja tangible y medible.

Atraer inversión de calidad exige también una gobernanza orientada al servicio. Ventanillas únicas con acuerdos de nivel de servicio, tableros públicos de desempeño y mesas de solución temprana construyen confianza antes de que los problemas escalen. Igual de determinante es el aftercare: retener y hacer crecer la inversión inicial mediante facilitación de ampliaciones, renovación eficiente de permisos y acompañamiento en la localización de proveedores, talento y financiamiento complementario. La captación es el inicio; la retención, la prueba.

En un mercado donde los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) filtran decisiones, la coherencia vale más que el discurso. Medir y reportar emisiones, respetar derechos laborales, asegurar integridad en la cadena de suministro y fortalecer el compliance corporativo ya no es reputación: es elegibilidad. Integrar ESG desde el diseño (y no al final) reduce riesgos, mejora notas de crédito y abre puertas a inversores de horizonte largo. La licencia social para operar no se compra; se construye con evidencias.

La narrativa de promoción debe abandonar la generalidad. Los flujos globales siguen tesis concretas: logística regional, energía renovable, turismo de alto gasto, manufactura ligera cercana a mercado, servicios digitales en español. Elegir unas pocas apuestas y sostenerlas con ventajas reales —acuerdos comerciales, talento, costos, infraestructura— evita la dispersión. Cada misión debe anclarse en proyectos específicos, socios locales solventes y contratos listos para firmar. El mensaje eficaz es uno: “hay reglas, hay proyectos y hay equipo para ejecutarlos”.

La competencia leal y la integridad pública completan el cuadro. Compras con trazabilidad, reglas claras sobre conflictos de interés y órganos técnicos independientes envían señales potentes. En sectores regulados —energía, telecomunicaciones, puertos—, la estabilidad de metodologías y procedimientos previsibles de ajuste reduce litigios y ofrece horizonte a inversiones intensivas en capital. La predictibilidad es la nueva diplomacia de inversión: política exterior hecha de normas que se cumplen.

Nada de esto funciona sin datos. Medir tiempos de licenciamiento, tasas de aprobación, reinversiones y empleo generado permite ajustar políticas sobre evidencia. Un observatorio de inversiones, con metodologías públicas, profesionaliza la conversación y mejora la credibilidad ante mercados y agencias de riesgo. Lo que no se mide no se gestiona; lo que se transparenta, mejora.